TAL DÍA COMO HOY DE 1947...




 

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         La abuela, como era su costumbre en cada cuaresma, dejaba Los Bustos (“la finca de ·Los Justos”, en el decir del pueblo), para instalarse con sus dos hijas todavía solteras (Maruja, la mayor, y Aurora, la menor), en casa de su amiga de la infancia, viuda a la sazón, María Elbudo. El inmueble es un cuarto piso de calle Nueva que hace de visera algo escorada, de la Librería Ibérica, sobre la techumbre de la iglesia de la Concepción, del Colegio de las Esclavas. Desde allí,  a dos cuartas, casi se  toca la espadaña de la de San Juan, hito crucial del que habría de ser su Vía Crucis.

        Tiempo de rociadas fresias, redondos de lirios blancos y azules y cantos de mirlos y ruiseñores entre los jardines cercados por los palmerales trenzados de yedra. Terminadas, y ya a la saga las labores del olivar y la molienda, así como la recogida del limonar y los naranjos; la flor del almendro festoneaba el pliegue de falda de Jabalcuza, que cubría a la familia.   

     Cuando la espléndida y grávida margarita blanca de aquella familia (hermana del medio ya casada) Enriqueta o Keti, como a ella gustaba, se acercó a Antonio, y le pidió que la llevara a Málaga para acompañar en la Cuaresma a su madre y hermanas, la cigüeña que todavía dormitaba sobre la Torre de Alhaurín, al  canto del  agua que tras rebosar por el  pilón del molino blanco y su verde  cañaveral, rompía  por entre  la atarjea, del sobresalto, desperezando  sus blancas plumas, estiró las largas patas y alzando el agudo pico al cielo reseteó su GPS ( 4 eones de evolución  dan para mucho adelanto en lo natural). Así que, tomando rumbo tras el viejo Packard de gasógeno de Cantero, el marido requerido y el padre en ciernes, levantó vuelo sobre la hoya de azahares con que el Valle del Guadalhorce  embriaga el alma de la capital.

       Ya olía, como huele Málaga en esos días, a preludio de primavera y Semana Santa.

Trajín cofrade y repulimiento general con agua y jabón, es lo que toca (zotal, para lo más prosaico y contumaz). Para los metales, además, entre la humildad, nudillo pelao con estropajo de esparto, y limón sobre asperón con mucho restregón. Brillo, que todo brille como el Sol ya sea, en el personal, a base de laca o fijador sobre la serosa palidez de los ayunos cuaresmales (gazpachuelos viudos con pan migao; ensaladas de papas con cebolletas, naranjas y un pellizco de bacalao; habitas fritas, otra vez con cebolletas… y torrijas de pan frito remojadas en lecha y miel o azúcar con canela para enlustrar). Cada cual, según poder, lo mejor vestío,  peinao y calzao…,  y a la Calle.

Ya están las gracias devotas con velo y guante, rosario y fondo de ayuno y armario junto a la santa madre, por calles y templos haciendo estaciones con el Vía Crucis en procesión…  

Son 5 mujeres, una primeriza y 4, ahora, azoradas.  - ¡Qué viene!, ¡qué viene! –.  Sobre el tejao el ave nodriza que sin perder norte, pese al imprevisto tan apresurao, por una ventana asoma el blanco hatillo que de su pico trae colgando.

“Corre Maruja, llama a tu primo para que venga a verla” -el joven primo a que se refiere la madre es el médico que la está llevando-. María Elbudo dispone, entre apuros, su propia cama Luis XV para la joven parturienta. María y Aurora, improvisando, proveen de un prudente hule, para proteger la pulcritud del estiloso mobiliario… Así, entre el prolijo arropo femenino, pliegos y aguas, finalmente se allegó en ayuda el primo Bustamante para alumbrarme.    

       

                  19 de marzo de 2024

       

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