Fragmento mandálico
–Entorno de mi rubicón-
Atrás quedaron
las voluptuosas bañistas y la exultante vitalidad de los caballos en el baño
con el poeta Jorge Guillén y el autor de aquel meridiano nimbo de imágenes
mediterráneas, Pablo Picasso, a los que en avenida propia, micrófono en
mano,
entrevista con su inequívoca voz radiofónica, el viejo locutor Prats, tras sus sempiternos
quevedos ahumados. En la esquina recodo, palomas y bulliciosas
cotorras comparten árbol y pan junto a las mesas de quienes se lo han
arrimao (un grupito de viejos paisanos que
se entretienen con el dominó). Ahora,
sin embargo, empuja el levante a virar
por sudoeste a babor.
Entre el cielo y la tierra, cual en suspendida
acuarela marina, vela al fondo la
Farola, sobre el morro y la adelantada escollera. Esbelta, blanca y erguida, ya
sople poniente o levante, entorna, con amor incansable, guiños de luz sobre las levantadas puntillas
de fino crochet que las olas se encargan de rebosar con sabrosa espumilla, como
invitando al desembarque (no todo navegante, aunque ella siempre está abierta,
puede atracar en la Ciudad del Paraíso). Para dentro del cuadro, más recoleta
en la intimidad de su pintura, inclina la farola su querencia sobre el Muelle
Uno. Aquí la luz se explaya y brilla sobre la mar verde botella, y los
quebrados espejos de vidrios rotos donde en chapurreante remolino se miran,
reflejo de argéntea plata al sol, las elegantes lisas de gris marengo camisón,
sus inocentes bocas de radiante y albo neón.
Dedicado a mi peripatética alumna de
2º grado.
https://drive.google.com/drive/home
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