TRAS LA PORTADA



“Reúne el Cielo y la Tierra y expande el orden en la Naturaleza”
-Proverbio de la época de Confucio-



                Zaragoza, a la vista, tomaba en relevo las últimas pavesas solares prendiendo su húmedo dombo en brillante nebulosa de eléctrica plata. Enrique – hermano y puntual auriga-, apeó del coche a la  gentil azafata cibernética  del GPS  en arrabal de su circunloquio; y fiando el camino de entrada  a viento  de buen rocín,  dimos a poco relamiendo  entre las recién cruzadas luces    con recalar   en los bajos del Parking  Juzgados. Tras breve sesgo de gris paletada  por las cocheras de Juzgados, penúltimo velo del viaje, repuntando al bies la íbera hebra   por entre el tejido hispano que emplaza al templo de Nuestra Señora del  Pilar,   la virginal proyección de Wei Chi.  

                Recién  florecía el renuevo primaveral  del 2.009, y yo allí, embelesado con el menor de mis hermanos Cantero y mi amada Sunujing…  




        (¡¿Cómo expresar lo que aquí cabe?!):  Ya en  los sesenta  (¡decurso de apasionada adolescencia!) me fascinaron especularmente  los primeros guiños platónicos  de Las Mutaciones a través de El Retorno de los Brujos -Introducción al Realismo Fantástico- de Louis Pauwels y Jacques Bergier; del magistral Juego de Abalorios de Herman Hesse; o de la indeleble asociación, en Borges,   al concepto  de clásico,  y de la ubicación de  que las hizo objeto  “en el anaquel que corresponde a templos y jardines, a la recta música y a las rectas palabras,”. La formalización  de  relación, sin embargo,  se hizo esperar hasta los setenta  en cuyo comienzo amplificada por el retorno de Bergier y Pauwels a bordo de La Rebelión de los brujos (Plaza & Janés),  con I Ching, en  A PROPÓSITO DE LA CIENCIA CHINA (Cap. V), llega a  concretizarse  por medio de  Barrals Editores, que adelanta  la primera edición española del Canon debida al argentino Mirko Lauer;  la segunda mitad de la década nos depararía la presentación de LAS MATEMÁTICAS DEL “I CHING”, en el primer número (octubre del 76) de Investigación y Ciencia  (edición española de Scientific American); al año siguiente, con la calificación  de “Arte Real”,  volvemos a encontrar las Mutaciones  entre las Artes Adivinatorias, de Jean Claude Frère (Plaza y Janés), y a través de la doble singladura de R. Wilhelm, en La Sabiduría de I Ching (Guadarrama), y su emblemática   traducción del clásico , a través de Edhasa, con prólogos  de Jung,  y de H. Wilhelm, quien poco más tarde, columbrando  los 80, proyectará también  El Significado de I Ching a través de (Paidos).  Siguiendo los relumbres de aquellos guiños de adolescencia,  explorador ya  treinteno  en la caverna, la eclosión de traducciones clásicas, ensayos y aproximaciones contemporáneas en la nueva década,  sorprendía comprometedoramente mi relación con  las Mutaciones proyectándola  a través de la puerta; así las cosas, en otoño del 83,  bajo  auspicio, determiné sellar con ellas mi  alianza. Cierre de capítulo con el paso de página, y a rodar por el  camino nuevo.  Desde entonces,  (¡prendado de mil amores!)   un buen número de años de labor, rico en expectativas, generoso en relaciones humanas e impagable en frutos y correcciones personales, sí; pero, explorador autónomo   lindante al cabo con  lo esotérico, patinado al tiempo con  una cierta sensación (comprensible, dadas la naturaleza, procedencia  ancestral y   todavía novedosa relación cultural del clásico) de extrañamiento raigal, como  por ismo esnob    de extranjería… (¡Yo, de tan sentida denominación de origen como las piedras que cantearon y los encarnados bustos que labraron los que,  aquí, me alumbraron!...) Un buen mediodía, andando el  otoño, a 25 años ya (bodas de plata) del nuevo camino, puesta la mesa para el almuerzo, llega Inma (siempre a la par en vida y trabajo, cuando no se adelanta, como es al caso) trayendo sobre su natural alegría, de la noosfera recién redado, al fruto postrero de Las Mutaciones, Wei Chi (hexagrama Nº 64. Antes de la Consumación), alumbrando aguas  entre los paños octogonales que coronan a Nuestra Señora del Pilar (Vestigios Herméticos en la Basílica de Pilar –develación cultural de José Manuel Chamorro Navarro-). De la perplejidad de aquellos días (yo mismo, en onomástica  del V Centenario había celebrado la publicación de Ting / El Caldero Oracular de Yi Ching, con total ignorancia de la existencia del signo sobre El Pilar),   la imagen se proyectó de manera inmediata  sobre la portada de mi segundo libro, especialidad derivada de aquél en la lectura oracular de los 64 Hexagramas y la secuencia singularizada de sus 384 líneas, que a la sazón andaba en vías de publicación (I King II, Generación Occidental de Las Mutaciones). La realización, sin embargo, requería aún de singular sustancia y esta se iría gestando a su propia manera  durante la        espera de ocasión para subir a Zaragoza… Comienza ya el invierno a trazar vislumbres de la siguiente   primavera (2.009) cuando, una buena mañana, estrenando clases sobre  el clásico  en la Librería Cinco Anillos (clase también adelantada por el  ojo a visor de Inmaculada que me hizo reparar  en la librería, una tarde al paso y hablar con los propietarios), se presenta  a ellas un hombre joven (Fran Soriano), maestro  de artes marciales  orientales, con la versión de Wilhelm que recomiendo, bajo el brazo,   estupendamente  encuadernada en cuero repujado y evidentes signos de uso.  Ya desde los preliminares de la primera clase, conformada ésta  por asistencia,  en la proximidad de un tú a tú,  el despliegue de empatía natural   se fue haciendo  manifiesto (latente desde tiempo en el  deseo  de aprovechar ocasión para profundizar Las Mutaciones, la  reiterada impronta del signo  Li durante un sueño de la noche anterior, lo había determinado a venir),  hasta el punto de acabar ofreciéndome él y aceptando yo, la impartición de mis actividades (aproximación a I Ching y prácticas de Fuensanguínea) en Fluxus, centro de prácticas  interactivas, cuyo epicentro radicaba precisamente en el núcleo marcial que de origen fundaran en Málaga él y su hermano Jorge (también joven maestro marcial) con la denominación de Kan Li… Kan Li, reminiscente reverberación  taoísta, ahora también aquí y al propio  pie de calle,  en la inmediatez local. El siguiente paso que afortunadamente no se haría esperar (“Mi  corazón espera / también, hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera.”), llegó efectivamente estribando la última semana de marzo con Enrique al pescante y su generoso ofrecimiento de viaje y alojamiento para sacar las fotos de Wei Chi en El Pilar.

                
… Desde la toma de tierra entre las propias raíces, el lapsus de tiempo que empleamos en la localización del alojamiento y  la ronda inmediata  de objetivos, lo pasé como en volandas de la perplejidad…,


KAN * LI

hasta que desembocamos de vuelta a  la plaza, con trípode y cámara en manos de Enrique.

                 La obtención de una imagen frontal despejada  aún se haría preceder  del  decurso jovial de un colorido nocturno costumbrista por la plaza, de la inesperada y paciente configuración y disolución  de un nutrido grupo de distinguidos  mayores, seguramente  concertados a esa hora, en un primerísimo plano a pocos metros del objetivo y, la sorprendente sustitución del lugar de estos por un vehículo de la limpieza  municipal  del que, para mayor pasmo, se bajan y dispersan sus  fluorescentes operarios…: nos miramos los tres, y decidimos, naturalmente, resignarnos a esperar… Estando en ello, de repente reparo, con indescriptible sorpresa, en el más que evidente número que distingue al vehículo en el lateral que más que mostrarnos ofrece: ¡el 64!; para la percatación de Inma bastó un “¡Mira el número del camión!”, para Enrique, que no está familiarizado con los signos de las mutaciones y los números a ellos asignado en el texto canónico, fue preciso insistir “¡Enfoca y tira; enfócalo y sácale una foto”, “¿Al camión?...” pregunta renuente. “Sí por favor –insisto-; antes de que se vaya…”

               



                  Pasado el velo sutil de la media noche, quedó despejada la imagen del templo




              Retirados al hotel, a la enjoyada recogida de la noche todavía  la abrochó  -¡harta la suerte!-,  su  celeste guiño sellando  la ventana.





                  Las imágenes del nuevo  día,  recreo  a  luz del sábado de la templada ciudad que vela el discurrir del Ebro, acabarían culminando  felizmente  nuestro  proyecto de trabajo.







               El domingo de vuelta a Málaga,  todavía fue prolongación del sabático recreo, bajando ahora, del alto pilar hispano de Aragón, por entre ancestros lares de Castilla y llanos caminos  de La Mancha, hasta el celeste turbión de agua y fuego por el que nos hizo pasar –alas plegadas y máxima unción-, el lomo moreno de Andalucía.