¡FELICES FIESTAS!
Las
Reinas Magas
-Del
fondo del ánima coemergen a este confín
del tiempo-
El elegante catavino, de labrado cristal azul, generosamente
pleno de brillante Moscatel o Pedro
Ximénez, amorosamente ofrecido junto al motivo pascual de la mesita de centro vestida de blanco croché; en torno,
una apetecible y surtida compaña de morenos
mantecados moteados de matalahúva y empolvados roscos revestidos de
transparente celofán, junto a una tradicional variedad de ricos turrones, mazapanes, peladillas y frutos secos…:
“¡Qué
viene la abuela a ver el belén!”
El intenso olor a resina de pino recién cortado (1), la humedad crujiente
del lecho de rojiza arena (2), la diafanidad de los verdes arcos cobijando el
belén con los entrelazados brazos de las
palmeras (3), bajo el plateado azul; y la puerta abierta de
mi casa en calle Mesones al caladero plomizo gris del naciente invierno del
pueblo.
(Vuelve la memoria de las alegres pastorás, con el colorido
ondear
de banderines sobre los vibrantes y húmedos carrizos de
las zambombas; el chasqueante patinar de los ágiles y tamboriles
dedos sobre las tersas panderetas cimbreando sus sonajeros corros de latón; el cristalino chirrido
del doméstico raspado de las ranuradas botellas de anís; el sonante tintineo de mazas sobre
bocas y fondos de almireces;
el castañeante voltear de las carracas; el broncíneo tañer de los cencerros; y el
latigazo final de las hondas, cuando echando
a volar subrayan el cantar invitando al soñar…)
-¿Había dicho que fui niño afortunado?, sí, tenía… y bueno, sigo
teniendo, para eso no cuenta la edad, 3 abuelas:
La arriba anunciada,
María, madre de mi madre que, rara vez bajaba del cortijo, si no era cuestión
de santos, iglesia, hacienda, o por algo
del cementerio relativo al abuelo que, procediendo como ella de la capital, prefirió dejar su reposo mortal
en el pueblo; en el presente caso, como queda dicho, giraba visita en torno a la Navidad, Año Nuevo y Reyes Magos, trayendo
como era tradición, entre otros presentes,
el aceite de primera prensa y alguna cesta, de él derivada,
de tacos de jabón de lavar.
Mi
otra abuela natural, la madre de mi padre, la abuela Antonia, dulce y morena
como uva pasa de moscatel. (Rosita, otra
celeste madrina, hija de la abuela que mencionaré después, decía recordarla “Siempre alegre, graciosa de porte y bonita de cara, bajando de la fuente con el
cántaro en jarra y una flor de pacífico en el pelo”.) Esta dulce, discreta y bonita abuela me echó por reyes una pelota blanca que aún
rebota en el descansillo interior de mi casa, entre las paredes del salón y la despensa bajo la escalera… “Tu abuela
Antonia, decía mi madre, tenía un montón
de peroles de cobre y yo siempre le insistía a tu padre para que le pidiera uno”…
Hoy, por aquella mediación de mi madre, yo, conservo aquél que finalmente fue suyo, y en cuyo cóncavo y tornasolado interior aún se
sigue cocinando misteriosamente el amor.
La tercera abuela,
la supra-entrañable, ya que no
biológica, abuela Paca (madre además de la ya mencionada Rosita, también de las
celestes madrinas: Lola, Ana y Quiqui). Hogar a salvo del mundo su corazón,
allí también tengo lugar. Siempre, en dos cuencos, las primicias del sacrificio
invernal, en su aparador, bajo el carillón de pared que bascula su péndulo en
la eternidad.
(1) (o
bien de la finca del Retiro, propiedad
llevada a la sazón por D. Santiago Arcos, XVII conde de Bailén; o bien
del Cortijo del Pinar, propiedad de D. Antonio, suegro de mi tío Manuel).
(2) (que provenía a su
vez, ya de las playas de Torremolinos o
más frecuentemente de la excavación del pozo sobre arenisca, de la parte de
arriba de la finca del Alamillo –dividida en dos por el camino vecinal-,
propiedad del Coronel de origen finlandés D. Carlos Von Hartman).
(3) (finalmente, procedían
también de la Hacienda de San Francisco o finca de los Bustos, propiedad en el
tiempo, de mi abuela María Alcalá).