∞ CUENTO DE HADA ∞
-Moebius- |
Moebius
ha sido uno de los mejores dibujantes o ilustradores de comics, de todos los
tiempos. A mí las ilustraciones o dibujos de sus historias en la revista Tótem,
que reunía, me encantaban (hablo desde
mi veintena larga allá por los 70).
No había
reparado en la fecha, que efectivamente se
corresponde con el año en que naciste… detalle que, ahora, inevitablemente da pie a que me salga aquello de “abuelo cebolleta” que como buen
hombre “mayor” llevo dentro.
Érase una vez, hace ya mucho tiempo, allá por
los años de Mari Castaña, que diría un buen narrador de cuentos reales
(conviene aquí el buen entendimiento
para conciliar el oxímoron), vino al mundo, de
enamorada pareja, una espléndida criatura a la que los padres pusieron
por nombre el de una bella, altiva, independiente y agreste diosa olímpica,
cuyo nombre… ahora se me hace inalcanzable como las flechas de su arco por
alcanzar el centro de su Diana. Creo –pero los cronistas no se acaban de poner
muy de acuerdo sobre esto- que por aquel
tiempo hubo algo así como una peculiarísima colisión espacio temporal, cuyos
efectos todavía al día de hoy perduran
y hacen que al recordar, aún a los más sesudos
y objetivos observadores, extravíen y
confundan entre fantásticas brumas los
datos e imágenes que pretenden recuperar (“Yo ya estuve allí –dicen los más
sabidos saliendo como desnortados sonámbulos del trance de intentarlo - en este
orbe fantástico, pero no sé exactamente de qué modo ni en que recóndito lugar
–parecen buscar entre los bolsillos que quizá no tienen- he olvidado la
posibilidad de recuperar la memoria de lo vivido”). Vayamos pues por lo que muy
a priori y en superficie se puede rehacer de manera medianamente inteligible.
Vivía la pareja, padres de la driádica
criatura en cuestión, al pie de la mar y
al guiño y próximo amparo de una preciosa
y única farola que tenía por singular farero a un hermoso caballo de manto tobiano
llamado Gazpacho que gastaba su tiempo –todo el del mundo tenía- jugando
con una peculiar clepsidra de cristal en la que con singular equilibrio y
maestría en lugar de vacío y arena conjugaba los contrapuestos elementos de
agua y fuego. Por la mar, el padre, irrenunciable
soñador de cuentos, cuenta que vio
embarrancar un día al drakar de un guerrero celtíbero llamado Aloga (presuntuosa e irregular contracción
semántica de principio y fin que el urdía con las letras griegas Alfa y Omega)
que venía con la pretensión de tomar el
castillo de Gibralfaro donde,
suponía, se hallaba enclaustrada, la
bella Duila a la que quería hacer su esposa. Tenía este personaje, en el alto
balcón de torre en que se alojaba la pareja con su fiel cancerbero llamado Wötan,
un argénteo plato de bruñido cristalino donde blandamente, como mórbida natilla
o flan, por las noches se remozaba
Selene mientras en embelesado silencio se rumoreaban, los tres y el perro
también, el cantar de las olas; hablaba
este hombre -al peligroso filo del trastocado constructo espacio-temporal que
entredije-, ya en descarada alzada sobre la permisiva Moon, con el mismísimo
Aguador Celeste que sobre el cielo desfondaba, cada noche, su ánfora llena de
estrellas de plata. Él, tras recogerlas con atenta unción,
las transcribía en minuciosas palabras que luego como cromos pegaba en
el iluso álbum de su corazón… Se lo
podía ver, también en la medianoche,
zambullirse con los tritones de la mar al
benévolo amparo del gran Poseidón… O en el
lejano desierto espacial conversar con
la Esfinge, mientras el universo de cuerdas interpretaba a Pink Floyd… Escribía,
escribía, él; y desvelaban su amor los dos, más todo, al cabo, se quedó en aquel tiempo de singularidad
universal… Bueno todo menos algunas cosas importantes, y entre ellas el
polvillo como de mariposas que un día él guardó del inesperado “sueño de una noche de verano”
que la pareja vivió, por azar, en el
corazón mismo del reino de las hadas en
un fresco y perdido bosque mesetario cuya ubicación es mejor no desvelar.
Cuando la niña
vino al mundo, los padres ya habían previsto un hermosísimo túnel vegetal
transido de verdes estanques y
surtidoras plazuelas de dulce
lactar con que,
entre erguidas aves del paraíso, rojos hibiscos, generosas magnolias,
sutilísimos chilindros y un sinfín de verdes y aromas, poderla iniciar en su Creativo espacial.
Posdata
Un día, ya la
joven dríade mujer, a resguardo en el
jardín de la casa del guarda del parque y apuntando con su longeva frondosidad
al Rectorado de la Universidad, descubrió su árbol.
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