EL DÍA QUE NOS ESTAMPÓ EL RAYO


          (Corríamos que volábamos, Paquito Bernal, Paquito Aguilar, mi hermano Eduardo y yo).


                Hubo otro día que puedo llamar del trueno en que vivimos la calle y el pueblo en el nimbo elevado, fresco y abierto de una abigarrada tormenta de montañas rodantes por los cielos a la luz de titánicas líneas eléctricas.  Llovía mientras corríamos por entre las puertas abiertas de la calle y el patio, cuando atravesando el corredor de la casa nos inmortalizó entre el azul la claridad espectral de un relámpago. Suspendida en el  éter la veloz  estampa del  acto por la tronante conmoción del trueno, viramos en iluminado instante tras la azufrada pista del rayo al que seguimos hasta el coqueto cuartito de aseo de la casa del teléfono; donde  en   ángulo muerto  entre rojas y blancas baldosas, adentrándose por el chamuscado punto de   un pozo cubierto, se perdía el cable del pararrayos de la centralita del pueblo. 

ÍNTIMA ALJABA






RECUERDOS DE ALHAURÍN DE LA TORRE

Entre primavera y verano del 57.


                Cruzaba subiendo en diagonal por medio del olivar, tangente ya con el limonar y puntualmente al leve palio  de un almendro; arriba el sol de la media mañana, atrás el camino que  bordea la carretera del pueblo hasta el puente del ventorrillo sobre la fuente de Zambrana y el enfile diagonal del ya dicho olivar de los Bustos (el cortijo de la abuela María), que hasta este punto me trae. Es vasta la soledad de esta subida mañana bajo el sol y el pliegue de olivar serrano en que me hallo. Estoy en un alto y breve descanso entre acto en que me encuentro: paro, enjugo  el perlado sudor que me cubre la frente y,  sobreponiéndome a la sombra inconsciente que mina mi ánimo exangüe, miro sintiendo formar, solo, parte del medio. Sobre las once del azul, alto en el poder solar, el bellísimo destello gris y el argentino  trueno de un águila joven sellan el momento.  
                Nuestro Padre Jesús Nazareno, el viernes santo del pasado abril al paso de calle Mesones, por la puerta de mi casa, parando y volviendo su rostro sobre el balcón de mis padres, había dado su bendición a mi padre. 



SESGOS  DEL JARDÍN ADJUNTO

                El insondable jardín del cenador cubierto de yedra en torno al almecino, los bancos de piedra y el hueco de sombra que resguardaba la marmórea lápida romana, la recoleta alberquita ocre del pilar y la derribada bola, del fresquísimo redondo de lirios moraos y la tuya del primer sueño de amor cercada de lirios blancos... El jardín del estucado banco lindero con el nombre del tío Antonio, del brillante verde esplendor del frondoso  madroño y sus maduros frutos tintados de oro y sublimada sangre... el jardín de mi primer tiro que no fallido sino (afortunadamente)frustrado por la húmeda pólvora negra  entre el chilindro emboscado...  La sugestión misteriosa de la preciosa amanita, entre la broza debajo del seto de boj entre las palmeras... Del día que llegó Chispa chispeando su alegre encanto negri-blanco de Collie  entre los setos y el refugio del madroño y el palo santo... Los arcos, gruesos surcos, altos puentes y suave tacto, fresco, de la omnipresente yedra, las dispersas manchas de  azucenitas de limón o delicado perfume de las fresias...